Hoy les voy a contar la historia de un amigo, Tobías.
Resultó ser que por esas casualidades de la vida nos cruzamos en marzo de 2013, cerca de mi cumpleaños, yo no lo registré, el asumo que tampoco. Cada cuál estaba en la suya, jugando a ser adultos, espacios distantes pero con objetivos similares (y sí, ¿quién no quiere ser feliz?).
Después de un martes, largo y agotador - esos días grises de cara larga - fue que el registro de Tobías comenzó a acentuarse; nos cruzábamos más seguido, sobre todo en momentos de extrema ansiedad.
Nos hicimos cercanos, esas circunstancias de vulnerabilidad hacen que uno comparta mucho de su intimidad y lo exponga sin prejuicios, porque se cumplen las condiciones de querer compartir y ser escuchado, junto a escuchar y dar una mano. Es como si uno se relajara al expresar el remolino emocional que atraviesa por dentro. Tobías sabía transformarse en psicólogo cuando era necesario, aunque su mejor habilidad se daba mucho más lejos, en las hornallas, un cocinero impresionante; más que cocinero un mago, porque con lo poco de comida que suele haber en las alacenas de estudiantes, mezclaba los condimentos necesarios para realzar en el paladar gustos antes desconocidos. Así fue que engordé unos cuantos kilos disfrutando de la comida casera, calentita y bien servida.
Pasaban los días, yo seguí con mi rutina de estudio intentando avanzar en la carrera y quitarme de encima unos cuantos finales que venía acumulando. Cada tanto me angustiaba un poco, eran demasiados, era difícil seguir adelante pensando en todo lo que faltaba. Una montaña que se estaba haciendo cuesta arriba, juntar ganas para subirla fue el primer paso, pero no bastó con eso.
Mis amigos,decían que si, que vaya para adelante, que tenía que poder enfrentar el vértigo. Tobías se ofreció enseguida a acompañarme. Fueron múltiples intentos fallidos. Él tenía algo particular, si bien estaba en mejor estado físico que yo, se desganaba muy fácil y me contagiaba un poco el pesimismo. Mi cabeza consumía el parasitismo de sus ideas. Por lo que la vuelta era un alivio, la idea final era juntemos más fuerzas después lo podremos enfrentar. Era convincente ¿Cómo no íbamos a estar mejor preparados para enfrentar el arduo camino, si entrenábamos, si estudiábamos mejor la ruta, si tratábamos de mirar desde un nuevo punto de vista el mapa? Así fue durante mucho tiempo, la mejor idea. Cada vez estábamos más cerca de lograr el objetivo, pero quién sabe por qué, momentos antes de resolver el acertijo, la taquicardia era inminente, faltaba un poco el aire, se revolvía el estómago con unas extraña angustia. A veces suscitaba lágrimas y la histórica objeción del no puedo. Los pasos firmes se tornaban blandos, el camino recto se hacía acaracolado.
Pasaron unos cuantos meses casi dos años; en los cuales ninguno de mis amigos conoció mejor a Tobías que yo. Lo enfrenté, en un camino, difícil y sin máscaras, con ayuda, porque Tobías sólo era parte de mi mente, no estaba en ningún otro lado más. Era un dibujo de mi condición humana, mi debilidad, mi peor enemigo. Tobías era mi otro yo, quién quería y levantaba las paredes a los sueños.
Grandes aliados fueron soldados en el camino, con empuje, con abrazos y sobre todo con una espalda más, para lograr que el peso disminuyera. Hoy la carga es más liviana, no puedo afirmar que no vaya a volver, pero al menos puedo decir que sé cuál es el camino.